Poesía en todas sus vertientes así como eventos relevantes.

viernes, 10 de julio de 2009

Huérfana del mar, de ti, de tu piel.
























Peces en el río turbulento de la vida
de cara al sol agonizando en cualquier orilla.

Luis Oswaldo Díaz M.

A veces es necesaria la palabra,
otras tan solo basta una mirada, un roce
y el corazón rebota como corcel desbocado
es entonces que me siento extranjera en tu voz,
lejanía dolorosa de tus besos.

Esa distancia calculada en nuestras manos
y cuando amanece nuestro reencuentro,
ante el calor eterno del sol, ese aroma de tu piel
y mi piel, eterno manantial donde nos bañamos,
sabanas de arenas blancas, allí se hace posible el verbo.

Es el momento, el fuego nace y la sangre se emancipa
en un transito casi ajeno, piel desnuda en la verdad
de un roce,
alocado amor que salta todas las barreras,
todas las leyes, humanas y divinas,
pero seguimos soportando el hambre de nuestros cuerpos
la ausencia de caricias, el dolor de los dedos al contenerlos
para que no huyan hacia la distancia donde te encuentras.

Huérfana del mar, de ti, de tu piel.

Menos mal que tengo tu palabra,
el viento me trae cada amanecer, versos que bebo,
ese calor que me regresa del invierno a la primavera,
es ahí donde quiero estar, donde vivo y muero,
quiero abrazarte antes de ese eterno adiós del que me hablas
y agonizar contigo en cualquier orilla,
mientras el sol
nos besa .

Isabel - 07 - 06 - 09

EN INUSITADO TRANSITO























Descorrer las cortinas del amanecer
cuando todo respira oscuridad,
los gatos lloran
y las farolas dan sus últimas bocanadas de vida.



El miedo va calando hasta el fondo infernal
de puentes y plazas, veloz, audaz,
recorre cada vez más distancia y disfruta
de un helénico mirar que tiene enfrente.

Por mirar mira,
hasta el holocausto enfebrecido y se consuela
del ansía que anida bajo los viejos puentes
y cruzando la eterna niebla que respiran
bebe copa tras copa la infinita oscuridad que los cobija.

Allí dio fin a aquel dolor
que en inusitado transito con su cuerpo fatigado
y la pesada voz.
Llevo consigo;
una estación de espesas muertes
y un mar de hierba cuidadosamente tendida
en perfecta artesanía con ese vino fuerte,
con el que los audaces se identifican.

Hoy el campo se llena de cadáveres,
hojas que de tanto amamantar soles y acariciar lluvia
perdieron su antiguo ánimo y fueron derrotadas
por la gran madre.

Fue en ese preciso instante,
que deje caer el libro y recorrí desde sus pies desnudos
hasta el cristal emancipado de sus oblicuos ojos,
él silencioso fue acercando su boca y muy despacio
alojo un beso entre mis labios.


Isabel